Moe me pidió que lo disculparan a él (no es cierto!) por que Alicia, la jefa de estos rumbos, decidió no dejar decir lo que él quería decir.
Es un méndigo chismoso y quería divulgar cosas privadas. Por lo tanto, se ha aplazado su aparición.
Entonces, volveremos a un post normal, no de autoconocimiento.
Según sugiere el título, voy a hablar de niños.
Yo siempre digo que odio a los niños. Y es la verdad a medias.
Los niños son: ruidosos, pegajosos, preguntones, molestos, estúpidos, y muchas muchas otras cosas más. Y no me gustan. Con sus excepciones. Hay niños sumamente estúpidos que solo viven para molestar. Saltan sobre ti con una paleta a medio chupar en la mano y te la dejan pegada en el pelo. Gustan de jugar cosas estúpidas y son cerrados de mente, pues lo desconocido, se lo pueden meter por el culito. Odian la escuela, no saben nada de nada, y no saben que existen pequeños placeres en la vida como meter la mano en el costal de granos.
Pero existe una porción de niños que no son así. Un pequeño porcentaje. Son ruidosos, gritan, saltan, corren y juegan, pero les gusta descubrir cosas, pues comprenden que el mundo es más grande que su cabeza y prefieren ser felices a cada descubrimiento que hacen. Odian la escuela, sí, pero le gusta ir a abrirse paso en lugares diferentes a su casa, pues ningún lugar es seguro para él. Los rincones con olor a historias le encantan y en cuanto aprende a leer, corre por el super leyendo los nombres de los productos que gracias a nuestros intentos mercadotecnia, suenan megageniales, cagados y redundantes.
En fin, esos son los niños que me caen bien. Y a continuación les diré por que.
Cuando hace muchos años nació mi primo, estaba extremadamente feliz. Mi tio había sido como mi segundo padre y lo quería una barbaridad. Tendría un nuevo primo, cercano a mi edad, y cercano a mi casa. Digo, más cercano que Sinaloa y Chihuahua. Cuando nació me pareció hermoso. Tenía una gran cabeza, estaba medio pelón, tenía unos ojos grandes y ávidos y toda una vida por delante. Conmigo claro. Repito, lo quería mucho. Hágase notar que mi hermanas me llevaban muchos años y eso era para mi algo como un hermano. Un hermano menor, el sueño de toda niña con hermanos mayores.
Llegué a sugerir que me casaría con él algún día. Recuérdese también que tenía 4 años y era una niña del tipo A.
Me equivocaba, ya no veía tanto a mi tío, quien al tener un hijo propio, nos visitaba menos. Mi tía, al carajo... sí, al carajo nos mandó. Pero mi primo crecía feliz y yo también... Entonces, la diferencia de edad se hizo notar. 4 años y medio eran mucho. Yo tenía nueve cuando él apenas 4. Poco después nos enteramos de que habría otro primo en camino. Yo ya no tenía 5 años y era mucho más inteligente. Aún así, eran los primos que más cercanos tenía, y los quería mucho. Además, al mismo tiempo, había tenido yo una prima nueva pero en los lejanos orientes de Sinaloa a quien yo odiaba por que desde su uso de razón se había convertido en una (y no es por sonar remamona ni nada) ferviente seguidora de su servidora (no sé que habrá visto en mi, pobre). Así que a comparaciones (por ser de la misma edad) yo prefería a mi primo, proximamente primos, de por acá.
En fin, cuando tuvimos mucho de uso de razón para que ellos me quisieran a mi tanto como yo a ellos; nos volvimos en contra de ella. Estabamos unidos y cada vez más fuertes. Decíamos que era una tonta (lo cual no se alejaba mucho de la realidad, desgraciadamente la educación por allá es más carente, por alguna razón fuera de mis entendimientos), y que dejara de imitar cada movimiento que yo hacía. Digo, sé que soy un modelo a seguir (y el momento ninja...) pero hija de su madre, como me cargaba la progenitora que hiciese eso. A cada paso que daba. Creo que incluso me seguía al baño. Cuando despertaba estaba ahí, a un lado de mi cama mirándome fijamente. Se ponía ropa parecida a la mia para que nos preguntaran ¿Son hermanas? y ella respondía Siii!! cuando yo decía No la conozco. Si alguna vez les ha pasado, les compadezco. Así que obvio, cuando estaba junto a mis primos, tramábamos en contra de ella. Ah, fue cuando supe que ellos eran de los míos.
Fueran como fueran, yo los iba a querer, por que siempre sabían de qué hablaba, y eso ya es mucho decir. Pero cuando supe que no eran niños del tipo A fue cuando ibamos caminando uno de esos días. Iban preguntando sobre cosas de las que siempre pregunta un niño. De esas que a partir de las respues formulan otras preguntas. Y de repente, me sacó una de esas preguntas filosóficas, de las del millón. De esas que nos hacen investigar por que el cielo es azul, y por que nos da sueño. Me agarró tan desprevenida, que no tuve ni tiempo para inventar algo bonito. De esos rollos que se me dan a mi. Mi mente se me quedó en blanco. No supe que contestar y eso no me pasa generalmente.
Me detuve y se me quedaron viendo, esperando una respuesta:
"No lo sé. Nadie lo sabe. Es una muy buena pregunta."
El niño se me quedó viendo, al igual que su hermano. Luego seguimos caminando en un pequeño silencio incómodo en el que me pregunté cuantos más de esos niños existían.
Mi respuesta ha sido contestada muchos años después. He conocido a un par de niños así, niños que valen la pena conocer. A veces, son haces del sarcasmo. Otras, son bien filosóficos. Me caen muy bien. Solo hay que saber distinguirlos del montón.
Serán el futuro, sonríen a nuestra costa, saben jugar en su propio mundo, en el que nosotros no existimos.
Vivir en esa infancia que no es infancia, es único.
1 comentario:
jajajá...genial...¿y cúal es esa pregunta?
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