lunes, 14 de enero de 2013

Desearía ser Dios...

Ojalá fuera Dios. Así podría ser yo quien les evitara la pena y el dolor. Elegiría que estuvieran bien siempre, y con mi sólo pensamiento les haría un arcoiris de colores todos y cada uno de los días, justo antes del atardecer. 

Ojalá fuera Dios y les contestara todas sus plegarias con un poema, una flor y haciendo sus deseos realidad. No necesitaría separarme de ustedes ningún segundo. Ni siquiera tendría que secar sus lágrimas, no habría llantos nunca, ni por error. 

Ojalá fuera Dios. Ojalá fuera yo todo lo que ustedes necesitan: el amor, el dinero, la cura, el tiempo, la paciencia, el consuelo, la vida misma. Ojalá pudiera sanar todas las heridas y eliminar todas las preocupaciones con la punta de mi dedo.

Pero no soy Dios porque él no existe como el gran poder ajeno a nosotros. Y lo sabemos porque no puedo evitarles la pena ni el dolor, no puedo darles lo que necesitan y cuando quiero ponerme de pie a rezar con ustedes me resbalo con mis propias lágrimas.

No puedo ser Dios y tampoco puedo ser fuerte. Y desearía serlo.

Padre nuestro que habitas en los cielos, santificado sea tu vacuo nombre: venga a nosotros tu reino de poder, danos el pan de cada día, perdona nuestras palabras, levántanos cuando hayamos de caer y líbranos de eso que no podemos evitar. Así sea.

sábado, 5 de enero de 2013

Al alba

Es interesante ver lo poco que le interesa a muchos estas bellas cosas tan sencillas. Por ejemplo, contamos rápido aquellos que logran darse cuenta de la belleza que carga el alba.

Ellos miran con incertidumbre agonizante el atardecer que se aproxima, y con valientes miradas de terror se adentran hacia el otro lado del sol. El oriente de oscuridad se enciende con todas las inexpectativas esperadas: los ojos ávidos de mal, los alcóholicos confudidos, las impresiones del pasado, los animales tristes, los que tienen hambre y frío, los solitarios y tristes... ellos son todo eso, son lo mismo a lo que enfrentan; son un cambio de uno y otro, un devenir que parece infinito, que les chupa lentamente el jugo de los huesos, les encapa el corazón y les desliza el cerebro. Un vacío de existencia se presenta ante ellos y en la esperanza de no encontrar nada, de la continuidad, se vuelve marino el cielo. Ellos siguen allí, casi artistas de la sobrevivencia, en el alba, la belleza de la luz amarilla de la farola mezclándose con el sol y la luna y el humo de las alcantarillas. El alba les abraza de la promesa del calor y de la necesidad del regreso. 

Es el alba que nos presenta ese mundo de las sombras fantasmales como un nuevo mundo que no durmió, como ayer y como mañana, que nos espera obligado y que, a veces, nos cuenta secretos de amantes que se han dejado un par de horas antes.

La magia se dobla por la mañana, se enjuaga y se vuelve a repetir a la noche siguiente.