miércoles, 29 de diciembre de 2010

Arte.

¿Les había contado que no sé nada de arte?


Bien.
Sigo sin saber.


Creí que tendría tiempo de leer sobre ello, pero aparentemente, me da hueva.
Prefiero mis clásicos.


Sin embargo, en estos momentos estuve viendo algunos blogs y descubriendo artistas (que yo no conocía, pues, para ser exacta).


Una de las que más me quedé pensando fue la Hermana Corita.


Así que, inspirada por ella, voy a abrirme más proyectos.


Sí, después de leer varios clásicos, aprender a escribir teatro/cine, aprender a hacer cuentos para niños y el debate escolar, tengo un nuevo proyecto: aprender sobre artistas.


Corita tenía -aparentemente- muchas ideas. Con su arte, también fue activista.


Muchos serigrafistas no saben el poder que tienen con sus manos, montones de diseñadores gráficos con un talento sin imaginación. Sin acción.


Vaya gente.


Así que voy a empezar a juntar nombres de artistas, y así, no los olvidaré y los  pondré acá. Donde también ustedes pueden ayudarme (y espero que lo hagan, flojos).


Sin más, voy a empezar.


Los proyectos no se terminan solos.




PD. También tengo que hacer un unicornio de papel maché. Tamaño real.


PD2. Oh sí, música, también necesito avanzar en eso.


PD3. Me cae que si repito artistas, ustedes ni se van a dar cuenta.


PD4. Un feliz feliz feliz feliz 28 y año nuevo a Kabán. Y por su nuevo hijo|. No pude publicar broma por motivos familiares. Pero ya verán, que un día de estos se las cobro. QUEDAMOS PENDIENTES.

sábado, 25 de diciembre de 2010

Cuento de malNavidad.

No soy una persona malvada. Tanto.
Mi esencia es dadivosa, me gusta dar trocitos de mi alma a todo aquel que la pida o que parezca que la guardará por un ratito. Ni siquiera me importa si la olvidan al cabo de un par de semanas.


Sin embargo, me han visitado los fantasmas de la malNavidad.


La Pre-malNavidad:
Para empezar, esta semana estuve de niñera. Mis tíos decidieron que estaría chido ir a EU, pero como sus hijos no tienen pasaporte/visa, pues los dejaron unos días con nosotros.
Son unos de los pocos niños privilegiados que se ganan mi paciencia y cariño. 
Sin embargo, son 4. Demasiados niños, a mi ni me gustan los niños. Uno se quedó fuera de nuestros brazos (y bien, porque no quería cambiar pañales), pero los otros pasarían desde el  martes hasta ayer en mi casa. 
En fin, no planeaba mucho la navidad; lo único que me gusta hacer es cocinar ese día... y luego tragar los platos enteros y mucho alcohol.
Sin embargo, mi prima estuvo a jode y muele que quería poner lucecitas navideñas, el nacimiento y la extensa villa miniatura de mi madre. Decía que siempre lo hacía con su abuela, que murió hace un mes. Mi madre se puso emotiva e hizo todo lo que la niña quería: luces, adornos, nacimiento lleno de heno, hastiarme...
En fin, para el tercer día, yo ya estaba mamando, y me refiero a comportarme como mamá: "Deja de jugar, apaga la computadora, báñate, no te lavaste detrás de las orejas, deja de gritar, muévete, eres un huevón, ya pónganse la pijama, ya duérmanse, ya váyanse a dormir, que ya se duerman jijosdeldemonio..." en fin...
El 24 de diciembre POR FIN, llegó. And there's where it all happened.
Me levanté, investigué recetas para relleno de pavo e hice el encargo para las compras. Abrí la puerta para mi hermana, y juntas mandamos a los niños a bañar (¿ven? chale...).
Planeé lo que iba a cocinar, y subí a hacerme tonta un rato.


Después, comencé a cocinar. Me gusta mucho hacerlo, y todo estaba saliendo bien. Embadurné al pavo en mantequilla and everything look ready to go.
¿Y los acompañamientos?


Y entonces el fantasma apareció: "Tu tía tiene mucha pasta..."


¿Qué caraj...? ¿Y a mi qué? No vamos a cenar con ellos... ¿o si?


SI.


...




La malNavidad
Rogué cuanto pude por no ir a casa de la tía. ¿Tanto odio a mi familia? No. Es una larga historia.
Hace mucho, esa tía (política) festejaba con su familia en otro estado, SIEMPRE. Quizá hubo años que no, pero nunca me dí cuenta. Allá, teníando TODA una posada: intercambios, juegos, velas, en-el-nombre-del-cielo's, cuetes, piñata, bolsitas de dulces, música, mucha comida, crepas (aparentemente...), y toda esa sarta de mexicaneidades.
Dirán ustedes que entonces no me gusta la navidad como se festeja con los mexicanos o algo así... Pero déjenme explicar más. Hace como tres o cuatro años, la madre de dicha tía murió. Y la familia de ella se deprimió tanto, que dejaron de festejar la navidad como acostumbraban. Invitamos un par de veces a la tía a festejar con nosotros cuando no salíamos, y hacíamos todo como ella acostumbraba. Somos unos blandos.
Sin embargo, este año la familia estaba reivindicándose, y esta vez vendrían con la tía a festejar navidad. 
Somos familia, y sé que siempre somos bienvenidos (espero, ja), pero estaba lleno de visita y ELLOS NO ERAN MI FAMILIA. Y ni siquiera los conozco tanto. Ellos sí me recuerdan, pero supongo que no son tan geniales para que valga la pena recordarlos a ellos. 
No quería ir.
No tenía ropa fancy para ponerme. Bueno sí, pero no quería.
Quería comer de lo que yo había preparado. Durante un par de días, si era posible.
Quería beber el alcohol que habíamos comprado. Yo.
Sí, lo sé. Suena feo. Me vale pito. Siempre nos acomodamos a las navidades de los demás, y hoy quería una navidad simple y pequeña y sencilla donde podría comer y beber muchingo. Se me antojaba tanto ese vino, y esos Boon's, y más vino, y mi pavo, y pasta con mantequilla y queso, y mucho pan, y ensalada mala de mi hermana, y las papas (que ni siquiera me gustan) de mi madre... ¿Era eso tan difícil?


SI.


La MalNavidad resultante
Me bañé a regañadientes. Me paré desnuda en la sala de mi casa durante media hora, decidiendo que tenía hueva de vestirme bien. Y que no quería ir. 
Al final me puse mi vestido nuevo que esperaba guardar para después. 
Salí al último de la casa, y me dirigí caminando en el frío a mi destino: la casa de la tía.
Cuando llegué, estaban haciendo intercambio en un juego con dados. Tenía cierta lindura, se robaban los regalos de otro si ganaban jugando dados. No eran cosas de verdad, pero esa era su diversión. 
Luego empezaron a hacer un juego al estilo "Un limón, dos limones", y quien perdiera tomaría una tapa de noséqué chingados. El maldito juego no me dejaba platicar agusto de las cosas estúpidas que siempre hablamos en navidad.
Yo ya tenía hambre, quería comer e irme a dormir cual grinch. No tenía mi alcohol ni mi comida. 
Perdí, por perdida del tren de pensamiento. Como tres veces.
La primera, no quería beberme esa madre que tenían, pero, era alcohol, así que me la empiné.
Sabía a anís.
"¡GUÁCALA, ESTA MADRE SABE A ANÍS!" Dije, queriendo dar a conocer mi aversión al condimento asqueroso. 
"Es que es anís." contestó mi hermana. Consideré por un segundo regresarlo al vaso, pero instintivamente me lo tragué.
"¡AY NO MAMES!" dije con mucha efusividad navideña. Mi boca sabía a anís. Detesto el anís. Lo detesto más que la religión. Lo detesto más que el pescado. Lo detesto más que los niños. Lo detesto más que el racismo. 
Me bebí el ponche que tenía enfrente, me bebí el ponche de al lado, y el anís hijodeputa aún sabía por toda mi boca, garganta, esófago y estómago. Podía sentirlo, carajo, y era asquerosamente asqueroso. Mi estómago protestaba. Quería pavo relleno y vino, y lo que yo le daba era una pinche asquerosidad con anís. Acababa de cortarlas conmigo.


Maldije su pinche juego que arruinaba mi navidad, y me puse a imaginar cosas sucias. Porque soy adolescente y porque puedo. Y porque esperaba que alguien me pudiese ver la mente, y se asustase con las imágenes sodomitas que estaban sucediendo en ese momento en mi cabeza. Y no los pelé por más veces que dijeron mi número. Fuck them. Fuck them so many times in their asses. El resto de las veces que perdí me dieron Boon's esta vez. No fue un gran castigo, pero les hice recordar cada vez que detesto su pinche bebida con sabor a anís. 


Cada estúpido segundo, mi estómago decidió volcar el anís y sus jugos gástricos como una burbuja de bingo. Tenía las agruras más feas que me habían dado en mi vida. Mi estómago, en un panchito, decidió recordarme que tengo gastritis, y que posiblemente tenga esa enfermedad bizarra de los Bueno, y que esta noche I was goin' to pay.


Me movía por todos lados, probando el anís una y otra vez, con infinitas ganas de vomitar.
Suck it up, me dijeron. So, I sucked it up.


La comida estaba siendo servida. Vaya, los odio a todos.


Me senté frente a mi plato, contemplando un gran cantidad de lomo (que yo no hice y que no se antojaba), un chingo de pasta (que sabía a mayonesa... ¡MAYONESA! ¿de qué libro de recetas lo sacaron? ¡¿McCormick?! Imbéciles sin papilas -ja, siempre digo pupilas- gustativas), una crepa de rajas con elote (no me gustan las rajas, y el elote era de lata, ugh), ensalada insípida (aún peor que la de mi hermana) y que tenía manzana a la que soy alérgica. Solo había una pequeña cantidad de pavo, y muy poco relleno. 


They were tryin' to starve me to death.


Admiré la comida por un largo rato. Las náuseas. No pude comer. Se me antojaba pan, como siempre que mi estómago se siente así. Ya no había.


La rabia se apoderó de mi, luchando contra mi yo navideño. 


Quería comida. Quería a mi familia gritando. Quería vino decente. Quería irme de allí y dejar de escuchar música que había estado escuchando toda la semana (mis primos tienen pésimo gusto en música, workin' on it).


Me odiaba tanto porque tenía hambre, odiaba a la gente de allí por hacerme beber, odiaba a mis padres por obligarme a ir, odiaba a mis hermanas por no advertirme del anís, y me odiaba a mí misma por odiar a los demás, por culpa del estúpido espíritu navideño. 


Así que me puse a hacer lo que sé hacer cuando, bueno, cuando me siento tristemente humillada por mí misma: llorar.


Quería vomitar con todas mis malditas ganas.


Así que me fui a mi casa y me induje el vómito.


Y así fue como empezó la allizzia Grinch. 


Comprendan que comer es una de mis actividades favoritas (excepto en la playa), adoro comer, y mucho más cuando soy yo la que cocina. Adoro la comida, simple y sencillamente.


Y en Navidad, ¿me lo quitan?


Espero que se mueran en un pozo de mierda.


No soy una persona católica ni religiosa, pero me solía gustar festejar todo eso. 
Ahora, no voy a colgar un solo arreglo navideño más, ni en la escuela (no me hagan ni empezar con eso), ni en mi casa, ni en mi chingada madre. 
Cocinar, sí, quizá. Adoro hacerlo.
Pero nada más.


Me gusta festejar diferentes navidades, incluso las no-navidades con las tías que se cambiaron de religión. 


Pero no como esta vez. Jamás.














Prefiero los balazos de Culiacán. Donde se rompen las olas.





jueves, 23 de diciembre de 2010

Desfilito.

Bien, no he escrito nada en los últimos días, no tengo muchas ganas, quiero leer, así que solo vengo a hablar de cosas sin importancia. Me gustan las palabras que terminan en -ancia. 


En fin, les voy a contar sobre el desfilito navideño al que fui con mis (muchos) primos. Desfilito porque estuvo cortititititito. 


Era un desfile de la CocaCola. Es... raro. ¿De cuándo a acá hacen desfiles las empresas gigantes? Ya voy a ver al Osito Bimbo caminando por la calle, y saludando a la botarga del Dr. Simi.... En fin, estábamos en el desfilito, llegamos temprano, nos sentamos en la calle más transitada del centro para ganar lugar y estuvimos allí un rato.


Más rato.




Un poquito más de rato.




Ok, ¡fue un chingo! La gente se concentraba y se concentraba, llegaban vendedores de varitas/diademas de luces y manzanas acarameladas, pasaban carritos de pan. Los autos seguían pasando. La policía incrementaba, la seguridad no era suficiente, había cada vez más gente. Casi atropellaban a mucha mucha gente...


Y empezó lo interesante. Cerraron la calle principal, solo dejaban pasar a los que daban vuelta por el santuario. Empezaron a pasar más vendedores. 
Una de las mejores cosas, para mi, fue que pasó un vendedor de algodones de azúcar con su maquinita encendida. Pero estaba medio pendejete (o era demasiado inteligente y nos quería felices) y dejaba ir listones de azúcar y volaban por el viento. Todos los niños (y adultos) saltábamos para alcanzar trozos de algodón del viento, y casi hasta atropellan a un chiquillo pendejo (muy pendejo... niños idiotas, caray, ojalá sí lo hubiera matado el auto para mejorar la raza). 
Bien, estaba rodeada de mis primos, y la nena de 10 meses; así que las tensiones crecían porque todos queríamos ver el maldito desfile para poder irnos ya a cenar. Mi madre comenzaba a creer que no iba a pasar. 


El momento culminó, porque las cosas se sintieron como un silencio falso. Los autos ya estaban detenidos, por completo. Ya estaba completamente oscuro. Las luces, todas, estaban prendidas. El aire estaba lleno de partículas (que sabían sospechosamente dulce) y se empezó otra vez el estruendo.


Varias sirenas se empezaron a escuchar. La nena volteó, su cara era de claro terror. Eran como 4 sirenas distintas, de policía, de ambulancia, de esas de protección civil, muchas. Los autos se asomaron, y todos volteamos a verlos. Venían.


Después de las sirenas, siguieron los autos de gobierno y un camión de la coca. Gigante... que pitó justo frente a nosotros. Pensé que la bebé tendría un ataque al corazón del susto. Y de repente, se escuchó la música. Música linda y feliz. Y luces. Oh, por Dios, que esos carros tenían muchas luces. La nena casi muere, pero de felicidad. Gritó y saltó e hizo esas cosas tiernas que hacen los bebés emocionados. 


El desfile estuvo lindo. Eran varios carros, con un tema cada uno. Al frente de cada carro, iba un grupo de personas bailando, muy ensayado y toda la onda. La música era navideña siempre y de todos tipos. Había hasta una canción reggaetonera. La pura buena onda, les digo.


Al final, un desfile muy corto. Creo que la bebé se cansó de gritar y bailar y así, entonces se fue muy callada. Feliz, creo. 


El viento aún sabía a caramelo.


Yo quiero que así sean las cosas. Ahorita todo está del demonio, y lo sabemos. Pero al final, yo espero, que los niños tengan un lugar muy lindo, lleno de algodón de azúcar gratis y olor a caramelo por siempre. 
Aunque ya no me toquen esos tiempos a mi, a los niños, por lo menos.


¿Ven? No soy tan pesimista, tengo esperanza.


Vana.


Pero esperanza.

sábado, 18 de diciembre de 2010

Prófugo...

Te estaba esperando para que llegases a casa. Te abriría la puerta, y te diría cuánto te amo, como todos los días. 
Y es verdad, cuánto y cómo te amo.
¿Recuerdas cuando te conocí?
¡Qué nerviosa estaba! Tenía tanto miedo... irracional, porque no sabía la maravillosa persona que eres.
Estaba oscuro, y me tomaste por detrás. ¡Entonces detestaba las sorpresas! Me arrastraste a tu auto, mientras yo intentaba escapar.
Debí golpearme en el auto -eso me pasa por remolina- porque me desperté en tu casa.
¡Qué caballeroso de tu parte, llevarme a tu casa para cuidarme!...







Entrada para Prófugos: Deja lo cuente yo

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miércoles, 15 de diciembre de 2010

Estás loca.

Día 400. 
Si mis cuentas están correctas. 
La luz dura tiempo infinito. No puedo saber con exactitud el horario. Puede que sean muchos días más. Quizá llegué ayer, apenas. No lo puedo precisar.


Hay más personas. También están perdidas. No comprenden que yo soy una persona diferente, que estoy harta, que quiero salir, que yo no pertenezco ahí. Sin embargo, ellos no se quejan. Se mueven y saben a dónde van. Todo es igual. Todos son iguales.


No hay color. No hay individualidad. No soy...


Nadie me da un arma, nadie me regala una navaja, nadie me presta una cuerda y una viga.


No me preguntan. No me responden. No me sonríen...


Y por eso les tuve que matar. A todos los que pude. 


Y ahora estoy aquí. Encerrado de nuevo. Esta vez, en soledad. Ahora, no soy igual. 


Soy el número asesino.


Al que jamás olvidarán.

domingo, 12 de diciembre de 2010

Long white story.

Tus manos eran de seda, sus labios de café.
Tus palabras me llevaban al amor de tus películas. Sus caricias me transportaban al paraíso.


Mi paraíso.


No había lágrimas, las había olvidado. 
Había olvidado a la realidad. No había sol ni luna en mis días.  
Dos roces eran mi separación de tiempo. 


Me había llevado hasta el final.


Dejé de existir, para verme solo en dos pares de ojos. 
Sus pestañas se convirtieron en mi propia cárcel.
Me delataba mi propia falta de ser.
Mi sospechosa falta de palabras.
Mis grandes errores.


Cuando los dos ojos dejaron de verme a mi, para verse entre ellos, caí al abismo.


Era blanco.
Estaba de pie en un lugar tempestuoso. Blanco. El blanco me atacaba. ¿Quería acariciarme?
El blanco -la nada- me atravesaba como pequeñas navajas invisibles. Atravesaban mi piel, entraban en mi y salían. Cortaban mi alma.


Solo estaba allí. Herida sin sangrar. Sola.


Así es el vacío. La soledad. La traición.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

All it wanted.

Deseaba con tanto fervor estar con ella, la soñaba en las noches, y despertaba sintiendo sus dedos por las mañanas. Si fuera por lo días, lo único en que podía pensar era en ella, y en lo tanto que podía amarla de regreso a ella también. 
Por las noches, volvían a soñar en pasión y se deseaban así, como solo se puede  experimentar. 
La deseaba tanto, que un día, en su ensoñación de amor, tomó una navaja delgada, y la hizo bailar por toda su carne. 
La sangre tibia que corría por sus extremidades solo ayudaba a que su emoción creciera, al sentir más fuerte esas manos que la recorrían. 
Abandonar el mundo que conocía no le pudo caer mejor. Se pudieron tocar juntas, por fin. Tibias (apenas) y blancas manos sobre un cuerpo falto de piel y de sangre y de carne y de la vida misma. Manos de marfil, sin piel, sin nada, acariciando cabellos finos de canela. 
Se amaron cuanto pudieron. 
Se amaron en muerte, por que era ella misma quien tenía la necesidad de amar.


La muerte.