jueves, 2 de mayo de 2013

When we made love you used to cry. You said I love you like the stars above, I'll love you till I die. There's a place for us you know...

Entró al salón: blanco, amplio, totalmente vacío. Se detuvo frente a la chimenea, a un lado de su prometido. 

- Te ves hermosa.
Le dijo. Ella sonrió sin ganas. Debajo de su ligero velo movió su mirada hacia arriba, desde sus zapatos, por su corbata, hasta su expresión apologética cubierta de una ligera barba. No tuvo que decir nada, solamente negó por lo bajo. Se les rasaron los ojos de lágrimas que se negaron el un al otro.

Ceremoniales pasos sobre el suelo de madera los separaron. Entró un sacerdote. Vestía de negro. Se detuvo entre la pareja, sin expresión, y los miró, primero a uno y luego a otro. 

- No hay nada que me complazca más que unir una pareja ante Dios, mostrándo todo el amor que se tienen. Pero esta es una ocasión especial. Diferente. Yo no puedo negarme a brindar el santo matrimonio a una pareja.

El párroco miró displicente la pareja y continuó con la ceremonia. No agregó nada más durante el rito, más que una total repulsión en su hasta-que-la-muerte-los-separe. 

- Que lo que ha juntado Dios, no lo separe jamás el hombre.
Fue notable la inflexión del párroco en su "jamás". ¿Qué saben los religiosos de porsiempres? Viven la vida esperando, en un vilo infinito.

La pareja se besó. Fue un beso inquieto, no como el primero sino como el último. Un beso de esos que no se dejan querer terminar, pero que quieren ser terminados porque saben de la fragilidad del tiempo. 

- Dios los perdone, y me perdone a mí también. 
Se retiró el sacerdote. El paso era ahora más ligero, pero con los pies pesados, con la incertidumbre de saber algo que se debe ignorar. No volvió ni miró atrás. Cerró la puerta tras de sí con un sepulcral eco que rebotó en el vacío.

La mujercita empezó a llorar. Se veía más frágil y triste que el ambiente mismo. Él la abrazó y también lloró. Lloraron de dejo, de soledad, de inevitabilidad. Cuando lograron serenarse un poco, él intentó soltarla. Le dejó los hombres primero, y le cogió las mejillas para secarle las lágrimas y el maquillaje vertido. El joven se acercó a una esquina y tomó una botella vieja y dos copas. Puso un líquido algo espeso y oscuro de la botella a las copas y regresó con su esposa. La abrazó fuerte y le dió una copa. Se sentaron en el suelo y comenzaron a beber con placer, con horror, con temblores y miedos y mucha certeza. 

- Hasta la última gota.
Se decían el uno al otro, hasta que apuraron por completo la bebida. Se echaron en el suelo, él sin el saco y ella sin los tacones ni el velo. A veces se reían y se abrazaban más, después empezaban a llorar por ratitos. Al final se quedaron dormidos, más cerca que nunca. No despertaron.

1 comentario:

Siracusa dijo...

Me gusta tu estilo de escritura, siempre que leo algo tuyo no puedo parar hasta el final. Logras generar intriga y curiosidad.

Saludos