Amores tras amores, Mari, mi niña. ¿Qué otro futuro te esperabas? Cuánto respeto. ¿Qué sentías por mí, acaso? Que todas las noches que te encontraba bajo la farola te pedía un beso, y eras mujer suficiente para dármelo sin pedirme nada a cambio. Siempre sola, siempre esperando.
A mí me encantaba ese vestido rojo tuyo, con el corte en tu cadera y los rasgones que le diste para que fuera más corto. El cabello sucio, medio peinado, a veces en un chongo despeinado con los rizadores que encontrabas tirados en la calle.
A veces te amaba, y a veces te odiaba de celos. Pero la mayor parte del tiempo te temía, a ti y a tu saber de años de calle. ¿Alguna vez me hubieses dejado probar tu piel? Yo creo que no, como tú, siempre fui un pobre diablo.
No fue ninguna sorpresa encontrarte así bajo la farola. Con algo parecido a una sonrisa de dientes rojos. Tu vestido más planchado que nunca. Tus piernas medio abiertas, casi insinuantes. Tus rodillas eternamente raspadas. Tu cabello despainado y tus ojos vidriosos, muertos, sin decir ya nada.
Allí mismo te regresaron en cajón prestado. Era de cartón. Unas te llevaron flores pero en realidad casi nadie se tomó el tiempo de mirarte. Yo te miré mucho. Te puse unas flores qu me robé del jardín de un don señor. Como odiabas que te mirara de esa forma pero sabía que ya no me dirías nada. Ay, ¡cómo me enamoré de ti! Incluso ahora, con tu bonito odio a la vida más presente que nunca, ya casi nada.
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