domingo, 21 de noviembre de 2010

La peor noche que más miedo.


Como tengo que hacer tarea, y estoy escuchando historias de fantasmas... les voy a contar una de las noches que más miedo me han dado (la otra, ya se las conté).



Tenía muy poca edad, hace unos 10 años, yo creo. Era joven pero ya no era crédula.


Solía pasar algunas vacaciones en un rancho en el norte del país, donde abundan los sombreros y las historias de Villa. 


Esas vacaciones, cuando llegamos, el clima estaba de rezongón. El viento no estaba helado, apenas frío, pero soplaba como si le debiésemos la vida y algo más. Soplaba tan fuerte, que sentía que mi peso no lo soportaría y me llevaría con él. Soplaba tan fuerte, que cuando empezábamos a jugar a La Casita (tradición entre las primas grandes y chicas), el viento y sus hijos los remolinos nos robaban los centros de mesa con florecitas que estaban en la mesa, y la mesa misma también. Hacía tanto viento, que prefería mirar como robaba cada una de las hojas de los árboles y se las llevaba envueltas en la tierra y el polvo. Miraba por las ventanas de los cuartos, por las ventanas de la cocina y por alguna de las tres puertas que tenía la casa (construída al estilo menonita, seguro mi abuela era menona y nunca nos lo dijo). 


El rancho siempre se me hizo un lugar café, porque más que plantas, había mucho polvo y mucha tierra y los árboles (nogales) casi siempre estaban secos o llenos de tierra; las casas eran de adobe o de block gris. Y a mi, todo se me hacía café. Café polvo. 


Prefería estar dentro porque, después del fiasco de la casita, me di cuenta de que detesto que el polvo me caiga en los ojitos (ja, ojotes). 


Sin embargo, nada se comparaba con subirse al caballo. Era muy pequeña, así que necesitaba ayuda para subir y para bajar, y no debía montar sola (aunque varias veces lo hice, aunque mi padre tuviese que guiarme el caballo, porque siempre fui pequeña y tenían miedo de que cayera). Mi prima subió conmigo, detrás. Y el viento también me quitó eso, porque el viento, ese exacto día, sopló más fuerte que nunca y los árboles gritaron. Los árboles, sintiéndose desgarrados sin sus hojas, lloraban y gritaban al viento que les regresara lo que era suyo. Eran lamentos de la naturaleza, y me rompían el alma.


Y también el alma del caballo, quien, asustado, huyó despavoridamente a la nada, pues no se puede huir de la agonía (mucho menos de la de alguien más). Sin embargo, mi prima, detrás, casi cae. Así que demandé que me bajaran de ahí (porque era difícil bajar sola, ya que siempre fui pequeña) y huí a la casa de mi abuela (que ahora pertenece a nadie). 


Pasé el resto de la tarde mirando la soledad. No tienen idea de la soledad de ese lugar.
El viento me alborotaba el cabello, como queriéndo quitármelo también. Soledad. 


Sin embargo, la noche fue lo peor.
Las noches en ese lugar, no son oscuras. Son una negrura tan blanca, que no puedes ver ni tus propios dedos. Se convierte en un hoyo negro. Se convierte en una nada.
Y fue cuando el el viento se peleó con todos nosotros. Gritó con los árboles, con la tierra, con las paredes y con el techo. Creo que quería arracarnos la cabeza. Quería sangre y venganza. Y las ramas de los árboles nos rogaban a través de las ventanas que nos dejasen entrar. Nos rogaban con sus ramas cubiertas de sangre, porque no querían morir. No querían que el viento los matase. Y yo no podía dormir. ¿Quién iba a dormir con semejantes batallas allá afuera? ¿Quién iba a dormir escuchando esta agonía?


No hay peor agonía que la de la naturaleza. Rasga el corazón desde adentro.


Yo imaginaba a mi abuela despierta, pensándo en como ayudar al viento y a los árboles, y terminar esta guerra con su infinita sabiduría que se guardó para si misma y nadie más.


La siguiente mañana, todos despertaron como si nada. Yo estaba muy triste, pero nadie parecía reparar la guerra de la noche anterior. Creí que fue una guerra secreta y que nadie debía hablar sobre ella.


Pero los tiempos me fueron muy tristes.


El viento ya no soplaba tanto, y el frío comenzó a llegar. Ya no tenía miedo de que una vibora (de viento) nos llevase con todo y casa. 


Así que me callé. Pero jamás lo olvidé. Quizá... quizá el viento logró obtener lo que quiso.
Pero yo le sigo teniendo miedo.





3 comentarios:

Frédéric dijo...

Ooorale...

Frédéric dijo...

Ohh... extremadamente interesante.

Quizá solo tú pudiste escucharla sweetie. Solo tú tuviste la oportunidad, la horrible oportunidad.

Alicia L. dijo...

Nha, lo dudo.

Solo que hay más magia en mis venas (supongo que de parte de la familia de mi padre).

Aunque sea demasiado realista (supongo que de parte de la familia de mi madre).