¿Te acuerdas cuando jugábamos a fingir que no existía el amor? Creíamos que teníamos tiempo de sobra por delante para decidir y arrepentirnos.
Ahora, tan cerca, con el calor de las palmas compartido, y aún así tan lejos, ya no te extraño. Me muevo al ritmo de la pesada respiración de ese deseo triste que ya no puedes evitar; tú, al ritmo de los latidos de mi corazón que parecen infinitos en este tiempo detenido. Nuestras temperaturas bailan en dirección del otro, buscando el contacto que sólo existe en la falta del mismo, en la dirección de nuestros ojos que fingen que no existen. Tu aliento me toca, me recorre el rostro, baja alrededor del cuello, por entre el pecho, girando en el ombligo y acariciando la espalda, bajando por las nalgas. Una tibia elección inexistente. No hay un positivo, sólo la introducción a un baile que buscará la música en vano. Danzan dos humores en el calor de la emoción que crece. Crece y se fuga por grietas, rendijas o huecos que no se pueden ver. Crece la expectación pero nada cede. Tus pies bien plantados, mi espalda bien derecha. Solamente está el calor que se escapa con la emoción y con el tiempo que, a falta de decisión, cobra sus servicios y comienza a retirar lo prestado. Se separan las almas nostalgiadas. Tú conjuras un ligero y único contacto labio rojo quema comisuras. Con el abrir de tu puerta se escapa el humo que quedaba. Se acaba el fuego, se aclara el viento y una parte de nosotros huye a un lugar lejano donde podrás cumplir deseos callados, juntos, ocultos. Nosotros nos volveremos a ver, esta ocasión, incompletos.
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