Va limpiándose las manos ensangrentadas en el pantalón. No le importa mucho, está buscando otra cosa.
Soy yo.
Se tambalea mientras camina, está desorientado. De lejos podré verme diminuto pero en realidad tengo alguna fuerza considerable.
Primero la tierra y las hojas, más adelante el pavimento. Ha llegado. Entra porque sé que él estará allí. Lo recibe sin decir nada. Camina detrás de él.
Él no cuestionará. Le ayudará a lavarse las manos. Lo desnudará para cambiar la ropa. Él sabe que dentro de ese cuerpo, además, estoy yo.
Lo llevará lentamente a la cama. Lo acomodará y creeré, por un segundo, que puedo sentir sus caricias frías de recuerdos vagos, de reflejos lejanos. Después vendrá el reproche. Ojalá pudiera sentirle realmente. No se mueve -no me muevo- mientras él continúa. Lo sabe, lo disfruta. Y él, bendito, cree que intentará no volverlo a hacer.
Quedan marcas, delgadas lineas de sangre -ahora mi sangre- y moretones. No servirá de nada. A veces creo que le place.
Sí, me place.
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