miércoles, 14 de diciembre de 2011

Pants on fire

Alguna vez fui la mejor mentirosa del mundo.

Las demás personas solían buscarme para escuchar mis mentiras. Para verme fingir. Yo les decía todo lo que querían escuchar. Yo les mentía en sus caras, y ellos lo sabían. Supe hacer una vida de ello. De mentir, de fingir, de ser una completa farsante. Era perfecto. Había nacido con ello. Era mi don. Mi secreto. 

La gente me amaba siendo su libro cerrado. Su biblia. La película que nunca ven y no planean ver algún día. Les encantaba ver una caja con una sonrisa, y un par de ojos negros que les gritaba esperanza. Estoy segura de que sabían que todo era una mentira. Preciosas falsedades mías. 

Hay personas que nunca comprenden la joya que puede ser una mentira.

Y todo se volvió tierra y polvo. No, sal. Sal donde nada sirve. Nada crece. Donde todo muere.

Y así, vomité verdades. Bañé a todos de franqueza, terrible franqueza que golpeaba como balas de plomo. Que más que matar rápidamente, envenenaba lentamente. 

Todos ellos se arrastraron a morir en otro lado, uno muy lejano. Lejos de mí. Olvidáronse de mí. 

No he podido dejar de esconderme desde entonces. Algo sucedió y arruinó mi vida. No puedo lograr el silencio. No puedo porque siempre he de decir la verdad. Una verdad de lágrimas, de sufrimiento, de pena, de culpabilidad y de muerte. Es nuestra verdad, y no la puedo sacar de mi lengua y labios. Debo esconderme para no repartir la soledad y el dolor. Porque no he olvidado la felicidad que algún día repartí. Y la justicia que aún reina dentro de mí no funciona así.

Quiero poder fingir de nuevo.
Quiero volver a ser lo que fui.

1 comentario:

Frédéric dijo...

Hm... curiosamente, a mi me pasa al revés.