El lugar estaba completamente lleno. La gente se esforzaba por ver. Algunos se levantaban sobre algunas de las sillas viejas y baratas que se repartían por el piso antes de que los primeros en llegar las acapararan.
Una pared del salón se cubría con el escenario. La mitad del escenario se cubría con una ancha cortina vieja, con algunas manchas y quemaduras aquí y allá, hecha de terciopelo escarlata por las dos caras. Al centro del escenario, se extendía una pista larga y no más alta de un metro hacia el centro del teatro, de la misma altura que el escenario, cuyo piso daba a conocer la edad del edificio.
Había huecos en todos lados. Del techo pendían trozos de aislante y lámparas quemadas. De las paredes, jirones de papel tapiz y pintura vieja, y restos de colgantes brillantes. El piso era viejo y descolorido, y la pintura del piso del escenario se despegaba en algunos pedazos.
El show que me habían prometido estaba muy por encima al aire que daba el establecimiento. Aunque sí me sorprendía lo grande que era, el techo altísimo, las paredes altas. Y el lugar se había llenado paulatinamente, una gran sorpresa para mi. El antiguo teatro, olvidado por toda la gente decente que prefería los nuevos edificios, confería una imagen de cómo se observaba en sus mejores años.
La iluminación era improvisada, solo algunas luces del lugar funcionaban; los encargados agregaron faros montables. El show estaba cerca.
Mi escepticismo no me permitía emocionarme. Más que mágico, esto parecía un engaño barato con gran publicidad. La gente comenzó a murmurar y las luces se empezaron a apagar. El telón se abrió y, aunque el lugar estaba a oscuras, se podía escuchar el sonido de las poleas de las cortinas.
Algunas luces se encendieron sólo para iluminar el frente del escenario. En lugar de la pesada cortina de terciopelo, había varias cortinas poco anchas y largas que cubrían casi todo el escenario. Pendían del techo, y la tela era vaporosa y delgada, de brillo barato; tantas tiras de tela no dejaban ver lo que había detrás.
La luz que rebotaba de las cortinas daba un haz rojizo a todo el teatro. Comenzó también una música ligera, con ritmos fluidos y relajantes, que te invitaban a menearte un poco.
De repente, un brazo salió de entre las cortinas. Un brazo largo, dorado y delgado. Los dedos se movían ritmicamente. Del brazo, siguió un delgado cuerpo, que se abultaba ligeramente en el vientre. La mujer llevaba una larga falda de tela roja que colgaba con gracia con dos aberturas gigantes a los costados que le permitían bailar y que enseñaban sus bellos muslos dorados. Su corpiño apenas cubría lo necesario, pero estaba tan decorado con intricados bordados de oro e hilos escarlata. Los largos cabellos oscuros le caían sobre los hombros, y tras la espalda y la cintura; le brillaba, y se le entreveían algunas trenzas escuetas. En la frente se cruzaba un listón que parecía salido del corpiño, y las colas colgaban por entre las ondas del pelo. La mujer se movía lentamente, levantaba una pierna y la estiraba. Pisaba con los dedos y creaba un bello arco con su cuerpo, las manos las agitaba con parsimonia en el aire. Daba un paso y se convulsionaba hacia adelante con un golpe sensual que provocaba cien ondas en el aire.
Su baile robó mi consciencia y mi corazón, los míos y los de todos los demás asistentes. Era hipnotizante, y no podía quitar los ojos de ella. La mujer siguió bailando a través del escenario, primero de un lado a otro, y cuando la música se hizo más ensordecedora y cautiva, comenzó a caminar por la pista del centro. Los ritmos crecían y la fuerza de sus movimientos también. Seguían siendo suaves pero fieros y parecía que mataban a cada paso, cada giro, cada vez que se doblaba sobre sí misma, cada vez que sus dedos se agitaban.
Era tan increíble, y el ritmo seguía creciendo. La mujer danzaba cada vez más fuerte que incluso era difícil seguir sus movimientos: sus brazos desaparecían con la velocidad, y se suspendían en ciertos momentos; sus piernas golpeaban el piso y se balanceaban de atrás hacia adelante, o de izquierda a derecha en un vaivén hipnótico y su abdomen seguía creando las ondas en el aire cada vez con mayor intensidad con sus golpes y convulsiones hasta que la música desapareció en un eco ensordecedor y la mujer desapareció con un último golpe energético en el suelo.
En su lugar, un hermoso pavo real escarlata alzó el vuelo. Voló con gracia sobre la audiencia en una curva, se alzó hasta el techo en una espiral hasta que las luces se apagaron dramáticamente. La cortina se volvió a cerrar con su rechinido metálico y las luces se encendieron. No había rastro de nada. El show había acabado, y también la emoción que se había creado. Había sido una noche más de teatro cladestino en el centro de la ciudad; y aunque la magia que me habían prometido había estado allí frente a mis ojos y había sido casi tangible, todo había acabado y era hora de desalojar el lugar, que había vuelto a hacer una de sus magníficas presentaciones donde casi vuelve a ser el mismo nuevo teatro de moda.
4 comentarios:
Chale, me imaginé a la bailarina...
Imagen sensual: ON
Dios, cumplí mi cometido. Puedo morir en paz.
Para resumir la histora: she's sexy.
Woo Alizzia...
Muy bueno.
Me imagine a la bailarina y al pavo real.
Dios mio, el profe Baez no se merece que me haya salido tan bien, NETA NO. Con tanto estrés que me causó.
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