Desgraciadamente nos interrumpió uno de sus amigos, Él. Señor fue a abrirle, nada más por el placer de quitarme de sus piernas y dejarme caer en el piso. No tuve mucho tiempo de levantarme, me concentré en quitarme las lágrimas y en taparme porque un poco de mí estaba en exhibición con la intención de ser privada. Él entró y me vio en el suelo, así que obviamente me preguntó qué hacía allí. No había reunido palabras cuando Señor respondió: "Busca sexo. Por si quieres cogértela."
Se carcajeó poquito, y Él me sonrió, pero de esas sonrisas que no llegan a toda la cara. Señor me acarició la cabeza, y me levantó del suelo. Señor siguió: "Sí mira, si se opone, porque le gusta decir que no, la atamos poquito de las manos, ¿verdad? ¿quieres?". Y le dije que sí. Temblando. Mirando hacia el frente, frente a la cama. Mientras Señor me quitaba partes de mi ropa, y me pedía que no me moviera.
Él y Señor se retiraron unos pasos para discutir. Ellos ya tenían ciertos conocimientos de los deseos peculiares de cada uno. No sé qué se dijeron, sólo sentí a alguien detrás de mí. No era Señor. Temblé un poco más, como si nunca jamás me hubiera tocado nadie. "¿Realmente quieres que te toque? ¿Te puedo tomar? Quiero que te quedes en silencio." Así que me quedé en silencio. Señor le ayudó a atarme ligeramente las manos, pero seguía llorando mientras lo hacía.
"Inclínate hacia adelante. Rodillas arriba, frente contra ellas." Así me colocó sobre la cama. Estaba desnuda. Hablaba con poca flexión, no frío pero firme. No era la voz dulce de Señor, quien estaba callado.
Mi cara mojada me daba vergüenza y no podía seguir secándome las lágrimas. Miré con muchísima pena a Señor, pero Él me regresó la frente a la posición que ya me había indicado. Señor le pasó el listón a manera de venda, y Él lo colocó. No más llorar. Me sentí más protegida.
Él se acomodó detrás de mí. Sostuvo mis brazos, mis hombros, mi cintura, mi cadera, mi cuello. No eran caricias, estaba buscando territorio firme. Cuando lo encontró, aseguró una mano y bajó otra. Ahora buscaba el territorio suave, y lo cruzó en cuanto lo encontró.
Se sentía metódico. Lo hacía en cierto ritmo, y no se preocupaba por mi placer. Me di cuenta. Era lo que Señor le había pedido. Tener cuidado conmigo, y no tocarme lo suficiente para darme el sosiego que llevaba pidiéndole todo el día. Lo hacía para complacerse a sí mismo.
Sus manos, irónicamente, sí concedían asaz cariño. Ternura. Afecto. Yo no sé. Solamente era fría su manera de follar. No ruda, pero dolorosa. Mucho más cuando apretó el ritmo y terminó, casi brusco. Se retiró de mí, y se acomodó. Nada más me quitó la venda de los ojos, y siguió arreglándose.
Yo seguí temblando, y las lágrimas se me siguieron cayendo. No lloraba, el río fluía sin gravedad. No me moví. Señor me desató las manos e inmediatamente Él las tomó. Me jaló y nos acomodó acostados en la cama, uno junto al otro, yo entre sus brazos. Me dejó un beso en la frente y me preguntó si estaba bien. Yo estaba muy bien. Había dejado de temblar. Señor se acostó del otro lado de mí, abrazándonos a los dos, y besó a Él.
Una sensación efervescente me recorrió toda la piel y me calentó el pecho. En realidad, yo había conseguido lo que quería, sólo no de quien lo esperaba. Y Él me había acariciado de excelente forma. Dormité complacida.
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