El aparato hace ruidillos. Mi vista está fijada en la pared opuesta a la pantalla: es sólo rutina, todo está bien, no hay necesidad de observar. No se ve nada que no haya visto antes de cualquier manera.
No estoy arrepentida. Aquel día fue un día interesante. De hecho, después de que me tranquilizaras, salimos juntos por cervezas y pizza de horno. Luego se nos ocurrió continuar con el vino. Nos la pasamos muy bien, encontramos a otros amigos y olvidé por completo lo que sentí más temprano. Entrada la noche cenamos comida callejera de camino a casa y terminamos las bebidas para dormir juntos en la cama (todos caben en una sola cama habiendo bebido lo suficiente). Él se despertó temprano para irse, y lo acompañaste.
Cuando regresaste nos embargó un gran silencio. Finalmente me dijiste que le habías pedido que se hiciera las pruebas, y que había que confiar en mis pildoras. Fue una mala decisión: las pruebas estaban limpias, la píldora falló. Pero hoy nos íbamos a encargar de ese error.
El médico dijo que estaba todo listo, que iba a dejar las pastillas en la mesa y que nos iba a dejar para prepararnos. Que en veinte minutos teníamos que movernos a la otra sala pero que ya allí podíamos quedarnos cuanto tiempo creyéramos necesario. Apagó la pantalla y fue entonces cuando vi tus ojos pegados en ella.
- Perdón... pásame los pañuelos de allá.
Pero me interrumpiste la mano, y me limpiaste tú los restos del vientre. Allí dejaste la mano, con mucha ternura.
- Niña. Piénsalo más. Podríamos hacerlo, estar juntos; sé que dije que nunca haría eso pero ahora que las cosas pasaron, yo no sé... Si tú quisieras, sé que es tu cuerpo y tu vida, si no quieres es completamente válido... Pero si quieres, yo estaría muy feliz de estar contigo y con...
- ¿Con tu sobrino? ¿Sabes que es posible que sea tu sobrino? ¿Quieres hacer una familia con un niño que puede que no sea tuyo?
Así nos hundimos en el silencio. No estás enojado, jamás te enojarías por asuntos así. Pero sí odias que grite de esa manera: generalmente me reprochas de regreso con más paciencia, con los argumentos perfectos para hacerme ver la realidad. Ahora sólo me besas los labios, la frente, el vientre, todo en silencio, todo sonrisas de tristeza.
- Pero será un bebé...
- ¿Un bebé? ¡Si elegí estar contigo era porque no esperaba hablar sobre nuestros bebés nunca!
- ¿Qué recuerdas que te dije? ¿Que odiaba la cristiana idea de los regalos de Dios? ¿Que el matrimonio era la única manera de formar un hijo? Siempre odié lo que tuve alrededor, y me alejé de ello, lo detesté y nunca se me cruzó por la mente que yo podría cambiar las cosas.
- Si vas a venirme con el catecismo, puedes largarte ya de la sala de abortos.
- No, yo siempre te vine con amor. Mucho amor y cariño. No esperaba querer tanto contigo, y mucho menos esperaba querer tanto de ti. Te vi por un segundo con un crío en los brazos y entendí que todo el amor que hay en ti se puede repartir también con un hijo. No te lo pido así, sólo que lo reconsideres conmigo a tu lado.
Las lágrimas, el enojo, la frustración, todo sentimiento se me juntó para taparme la garganta y la boca. Sabían a arena.
- Y lo peor es que te amé tanto -te amo aún así- que sí, estaba dispuesta a darte lo que tú me pidieras porque te amo, ¡querría tener un bebé contigo si me lo pidieras! Pero un hijo tuyo, con tus ojos, con tu cabello, con tu inteligencia
- Probablemente también tendría mis ojos, mi cabello, la mayoría de mis genes. No, está bien, ya lo sé... entiendo. Yo también te amo, y nunca pensé que te iba a pedir esto, que yo también quiero un hijo con tus ojos, con tus labios, con tu cara. Y si quieres terminar con el embarazo, que se haga; pero yo preferiría que no lo hicieras, y que me dejaras estar contigo. Una niña con un bebé, y este cabrón queriéndolos siempre.
Te lloré lo que se sintieron como horas, pero no, fue seguramente una hora en la que nos conducimos fuera de la clínica y nos fuimos a casa. Y nomás me abrazaste.
- De todas maneras... habría qué decírselo a tu hermano.
Para formar la familia más extraña del universo.
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