"¿Qué es lo que más te gusta del cielo?... ¿El Sol, la Luna, las estrellas, las nubes, la lluvia, el color...?"
"El Sol... y las estrellas. Y las nubes. Y los pájaros. Y las flores..."
"Hey, las flores no son parte del cielo."
"Y las mariposas..."
La belleza. Tu sol. Tu recuerdo.
¿Qué es lo que más me gusta del cielo?
Que me recuerda a tus palabras. Eso.
Y nada más...
sábado, 28 de mayo de 2011
Sencillamente
sábado, 21 de mayo de 2011
Esa
"Sé que parece que estamos un poco apretados, pero este es uno de los mejores hospitales del país, señor Presidente." Dijo el médico. El presidente le seguía detrás, sonriendo diplomaticamente. Flashes de cámaras salían de algún lugar donde se escondían reporteros, y detrás de las estaciones de enfermeras, donde las empleadas tomaban fotos con cámaras desechables. El presidente odiaba esas partes de su trabajo, visitar lugares apestosos para no tener que darles dinero.
Se refería a "apretados" porque en esa sala se hacían todas las actividades: comer en un extremo donde había varias sillas y bancas, trabajar allí mismo en el taller donde hacían llaveros y recuerdos para vender, actividades para el tiempo libre en el sitio vacío que había al fondo, ver la televisión... El lugar, pues, siempre estaba lleno de pacientes, pues no estaba permitido estar en los dormitorios durante la mayor parte del día. De ese salón, se iba al dormitorio general, los cuartos, el baño, la cocina y al jardín.
Una risa histérica interrumpió en la plática de todos. Germán, el paciente de la cama 13, fue callado por una enfermera joven que estaba cerca. Siempre se reía histéricamente.
Un agente de seguridad le preguntó al médico al oído "¿Seguro que son los pacientes menos violentos?" El médico le contestó que todo estaba bien. Se habían preparado por un buen tiempo.
La visita del presidente era muy importante.
"Hola, señor presidente."
Todos voltearon para ver a la nueva llegada. Era una dulce joven, con bella cara y ojos hermosos. Su cabello negro -aún sin peinar- era precioso. Enmarcaba su cara a la perfección. Todo lo demás en su ser irradiaba ternura. Nadie hubiese pensado que era una paciente a la que miraban.
Sin embargo, el público (los médicos y las enfermeras) -incluyendo al presidente- se sintieron sobresaltados. Sorpresa.
"Que bien, nos honra con su visita." prosiguió la joven.
"Alicia..." interrumpió nervioso el médico, con el nombre de la joven. Alicia.
El presidente, sin embargo, tiró por su diplomacia y saludó efusivamente a la recién llegada, Alicia. Sonreía, su único deber era quedar bien y que la prensa se lo creyera. Poco faltaba para que terminara su visita y pudiera irse de ese lugar que apestaba a suciedad humana. No quiso tocar a la joven, no se veía sano.
Los agentes de seguridad seguían viendo a la joven, tenía una cara dulce, dulce; su voz era un poco más fuerte, agresiva, pero de igual tono, de fémina.
Eran aprehensivos.
"¿Qué le vino a traer a este manicomio? ¿Soledad, estupidez o pura falta de sentido común?" Dijo con una sonrisa inocente. Alicia. El doctor se tapo la cara.
"Amor. O soledad, creo." Bromeó el presidente. Para él, esto era simple protocolo, platicar con gente del pueblo, hacerse el popular del pueblo. Hacerles olvidar que ha matado.
Alicia sonrió. Se relamió los labios. Carajo- pensó Gustavo, el médico psiquiatra. Una vez que le sigues el juego a Alicia...
"Para mi que es pura falta de sentido común, porque amor nunca tuvo y la soledad le viene a usted como el aire. Falta de sentido común porque usted pertenece a acá. Nosotros, pobres." Oraba Alicia, con cierta facilidad. "Pero de pobre no tiene nada, ¿verdad? ¿Cómo estuvo su largo viaje en su acojinado auto limousine?"
"Suficiente Alicia." aprehendió el doctor Gustavo. Pero por dentro, los nervios le recordaban que estaban perdidos. Había comenzado de nuevo. Sintió la tensión entre los tres hombres de seguridad.
"Pues, señorita Alicia, viajé en avión, pero me fue muy bien, gracias." Dijo el presidente con una sonrisa de espejo.
"Ese avión debió caer con usted dentro. Hubo una gran equivocación desde hace mucho, todos los accidentes y oportunidades que usted tuvo de evitarme este penoso momento de verle la cara muerta de asco debieron matarle y quiero arreglar eso."
Los de seguridad se pusieron en acción cuando los otros pacientes, los que generalmente causaban problemas por ser verdaderos locos sin vida real, los que eran inútiles, se empezaron a cerrar cada vez más. Se empezaron a cerrar sobre el presidente. Gustavo dió un paso adelante, con Alicia. El verdadero peligro, nadie más.
"Como usted se gasta las gasolinas de todos, nosotros nos congelamos cada lluvia; cuando usted se pone sus borracheras, nosotros nos comemos las piedras para evitar enanición; usted se cacha dinero y nosotros pudriéndonos. De pobreza y de soledad." Decía elocuente, y sacaba una navajilla larga, delgada, filosa... de las que jamás debieron entrar en ese lugar. "Qué cabroncito, mira."
"ALICIA. Silencio. Deja de decir tonterías y dame ese cuchillo." Pero el médico sabía que estas palabras solo eran para iniciar, porque para Alicia, no significarían nada.
"Tú quítate, Tavo. Acá lo hacemos solos, ¿no es lo que querías? ¿que hicieran algo solos?"
Gustavo se dirigió a los demás: "Si alguien más da un paso, los caballeros aquí presentes van a disparar con las armas que traen allí a todos ustedes. Sin contar a nosotros, que ya saben lo que hacemos. Atrévanse, ¿cuántos de ustedes tienen un cuchillo en la mano?"
Con el presidente allí, nadie podía arriesgarse a jugar con las capacidades de los pacientes con las simples manos. El médico sabía que Alicia llegaría hasta donde fuera para lograr lo que quería, y ahora tenía ayuda.
Varios de los pacientes se empezaron a retirar de nuevo, le tenían miedo a eso, a morir. Varias simplemente huyeron. Alicia se quedaba sin flancos.
"¿Qué te propones? ¿Salvar al mundo de un cataclismo? Dame el cuchillo Alicia, no sabes qué vas a hacer después de amenazarnos con él."
"Silencio Gustavo. Tú también quieres ver a este bastardo sin sangre en el cerebro. Ayúdame a que los pendejetes que lo rodean se quiten del camino."
"La que se quita eres tú. Y ahora. Vete tú también Mario, Irma. Se van despacito y directo con la enfermera. Alicia, no vas a hacer nada. Es un problema, realmente no quieres matar a nadie, me vas a dar el cuchillo y te vas a ir a sentar." Los otros pacientes retrocedieron más, otros más huyeron. Los más puestos dudaron, perdieron distancia. Se fueron. Alicia no se dió cuenta de que estaba sola. Sola de nuevo.
"Deje de jugar doctor." Le dijo uno de seguridad, ambos se preparaban para atacar.
"No estés chingando, Gustav. Tú bien sabes que es lo que todos quieren. A este idiota ni su madre lo quiere. ¿Cuándo lo ha llamado alguien con amor, señor? A usted lo que le hace falta es la muerte. Ya vivió demasiado, jodiéndonos a nosotros. A su alma le hace falta aire. Libertad. A nosotros también. Gus, hazte a un lado y déjame."
"No. Dame la daga en este mismo momento."
"No, pero ya. Basta de juegos y quítate. Este tipo ya nos hizo sufrir bastante. ¿Qué quiere, que le llore? Usted no llora señor presidente. No le voy a regalar lágrimas que usted no tiene. A usted, lo que le sobra es poder y sangre. Y ahora mismo le quito las dos."
"Creí que esto de intentar matar a los demás ya había pasado de moda." Continuó el médico. Alicia no tenía oportunidad, el plan que había trazado estaba basado en la ayuda de los demás. Gustavo recordó la primera lección del director de psiquiatría: No confiar en los locos. Así que tomó un paso adelante. "La moda te queda, Alicia. Tienes una bella cara, pero así, enojada... No, no. Devuélvete, da pena..." Gustavo seguía avanzando.
Alicia se congeló, no se movía más. Seguía en su posición, no se iba a detener pero se sentía confundida porque Gustavo se acercaba sin importarle nada.
Gustavo se acercó hasta poder tocar a Alicia. Alicia forcejeó muy tarde, le quitaron con violencia el cuchillo. Los de seguridad lo tomaron y guardaron quién sabe donde.
Alicia siguió luchando contra Gustavo, no iba a darse por vencida. Sin embargo, comenzaba a sentir pinchazos en el brazo y corriendo por su costado. Perdía las fuerzas. Su ira, su momento, se congelaba en sus músculos en dolorosos pasmos inmovilizadores.
"Gustavo, tú me lo prometiste." Le murmuró al cuello del médico mientras se abrazaba -aferraba- con sus pocas fuerzas.
"Intentaste matar al presidente. Al importante, del país. Carajo, Alicia. Carajo."
"No me quiero dormir. Quiero que desaparezca, Gustavo. Tú también querías. ¿Te acuerdas? Tú también querías..."
"Me estás matando a mi. Si lo matas a él, me matas a mi; eres una obstinada. No matas, Alicia. No quieres, no lo volverás a hacer. Dime que no lo volverás a hacer porque ya me lo habías prometido muchas veces. Yo siempre te lo creo."
"Ya no lo vuelvo a hacer, perdóname, no me van a llevar a donde mismo otra vez. ¿No lo harán?" Sonó su última frase, como pregunta. Pero no sentía los pies y otras personas la asían y se la llevaban.
"Si. Otra vez..." La miró desaparecer en el pasillo que llevaba a las habitaciones particulares.
"Es usted un pendejo, dejar así... El peligro. Es un pendejo y se van a tomar medidas doctor. Usted no se lo va a ver venir." Le amenazaban los guardias.
"La puta esa decía que también quería al señor presidente muerto. A mi que usted anduvo con sus pinches jueguitos en la mente de sus pacientes y órale, que un montón de pinches locos matan al presidente. Revolucionario joto pendejo."
"¿Qué hacía esa mujer suelta, así, pinche loca matando a quien se le pegue la gana? ¿En qué piensa, imbécil?"
"Era mi mujer. Lo es." Les contestó Gustavo, mirando a la esquina de la pared.
Se refería a "apretados" porque en esa sala se hacían todas las actividades: comer en un extremo donde había varias sillas y bancas, trabajar allí mismo en el taller donde hacían llaveros y recuerdos para vender, actividades para el tiempo libre en el sitio vacío que había al fondo, ver la televisión... El lugar, pues, siempre estaba lleno de pacientes, pues no estaba permitido estar en los dormitorios durante la mayor parte del día. De ese salón, se iba al dormitorio general, los cuartos, el baño, la cocina y al jardín.
Una risa histérica interrumpió en la plática de todos. Germán, el paciente de la cama 13, fue callado por una enfermera joven que estaba cerca. Siempre se reía histéricamente.
Un agente de seguridad le preguntó al médico al oído "¿Seguro que son los pacientes menos violentos?" El médico le contestó que todo estaba bien. Se habían preparado por un buen tiempo.
La visita del presidente era muy importante.
"Hola, señor presidente."
Todos voltearon para ver a la nueva llegada. Era una dulce joven, con bella cara y ojos hermosos. Su cabello negro -aún sin peinar- era precioso. Enmarcaba su cara a la perfección. Todo lo demás en su ser irradiaba ternura. Nadie hubiese pensado que era una paciente a la que miraban.
Sin embargo, el público (los médicos y las enfermeras) -incluyendo al presidente- se sintieron sobresaltados. Sorpresa.
"Que bien, nos honra con su visita." prosiguió la joven.
"Alicia..." interrumpió nervioso el médico, con el nombre de la joven. Alicia.
El presidente, sin embargo, tiró por su diplomacia y saludó efusivamente a la recién llegada, Alicia. Sonreía, su único deber era quedar bien y que la prensa se lo creyera. Poco faltaba para que terminara su visita y pudiera irse de ese lugar que apestaba a suciedad humana. No quiso tocar a la joven, no se veía sano.
Los agentes de seguridad seguían viendo a la joven, tenía una cara dulce, dulce; su voz era un poco más fuerte, agresiva, pero de igual tono, de fémina.
Eran aprehensivos.
"¿Qué le vino a traer a este manicomio? ¿Soledad, estupidez o pura falta de sentido común?" Dijo con una sonrisa inocente. Alicia. El doctor se tapo la cara.
"Amor. O soledad, creo." Bromeó el presidente. Para él, esto era simple protocolo, platicar con gente del pueblo, hacerse el popular del pueblo. Hacerles olvidar que ha matado.
Alicia sonrió. Se relamió los labios. Carajo- pensó Gustavo, el médico psiquiatra. Una vez que le sigues el juego a Alicia...
"Para mi que es pura falta de sentido común, porque amor nunca tuvo y la soledad le viene a usted como el aire. Falta de sentido común porque usted pertenece a acá. Nosotros, pobres." Oraba Alicia, con cierta facilidad. "Pero de pobre no tiene nada, ¿verdad? ¿Cómo estuvo su largo viaje en su acojinado auto limousine?"
"Suficiente Alicia." aprehendió el doctor Gustavo. Pero por dentro, los nervios le recordaban que estaban perdidos. Había comenzado de nuevo. Sintió la tensión entre los tres hombres de seguridad.
"Pues, señorita Alicia, viajé en avión, pero me fue muy bien, gracias." Dijo el presidente con una sonrisa de espejo.
"Ese avión debió caer con usted dentro. Hubo una gran equivocación desde hace mucho, todos los accidentes y oportunidades que usted tuvo de evitarme este penoso momento de verle la cara muerta de asco debieron matarle y quiero arreglar eso."
Los de seguridad se pusieron en acción cuando los otros pacientes, los que generalmente causaban problemas por ser verdaderos locos sin vida real, los que eran inútiles, se empezaron a cerrar cada vez más. Se empezaron a cerrar sobre el presidente. Gustavo dió un paso adelante, con Alicia. El verdadero peligro, nadie más.
"Como usted se gasta las gasolinas de todos, nosotros nos congelamos cada lluvia; cuando usted se pone sus borracheras, nosotros nos comemos las piedras para evitar enanición; usted se cacha dinero y nosotros pudriéndonos. De pobreza y de soledad." Decía elocuente, y sacaba una navajilla larga, delgada, filosa... de las que jamás debieron entrar en ese lugar. "Qué cabroncito, mira."
"ALICIA. Silencio. Deja de decir tonterías y dame ese cuchillo." Pero el médico sabía que estas palabras solo eran para iniciar, porque para Alicia, no significarían nada.
"Tú quítate, Tavo. Acá lo hacemos solos, ¿no es lo que querías? ¿que hicieran algo solos?"
Gustavo se dirigió a los demás: "Si alguien más da un paso, los caballeros aquí presentes van a disparar con las armas que traen allí a todos ustedes. Sin contar a nosotros, que ya saben lo que hacemos. Atrévanse, ¿cuántos de ustedes tienen un cuchillo en la mano?"
Con el presidente allí, nadie podía arriesgarse a jugar con las capacidades de los pacientes con las simples manos. El médico sabía que Alicia llegaría hasta donde fuera para lograr lo que quería, y ahora tenía ayuda.
Varios de los pacientes se empezaron a retirar de nuevo, le tenían miedo a eso, a morir. Varias simplemente huyeron. Alicia se quedaba sin flancos.
"¿Qué te propones? ¿Salvar al mundo de un cataclismo? Dame el cuchillo Alicia, no sabes qué vas a hacer después de amenazarnos con él."
"Silencio Gustavo. Tú también quieres ver a este bastardo sin sangre en el cerebro. Ayúdame a que los pendejetes que lo rodean se quiten del camino."
"La que se quita eres tú. Y ahora. Vete tú también Mario, Irma. Se van despacito y directo con la enfermera. Alicia, no vas a hacer nada. Es un problema, realmente no quieres matar a nadie, me vas a dar el cuchillo y te vas a ir a sentar." Los otros pacientes retrocedieron más, otros más huyeron. Los más puestos dudaron, perdieron distancia. Se fueron. Alicia no se dió cuenta de que estaba sola. Sola de nuevo.
"Deje de jugar doctor." Le dijo uno de seguridad, ambos se preparaban para atacar.
"No estés chingando, Gustav. Tú bien sabes que es lo que todos quieren. A este idiota ni su madre lo quiere. ¿Cuándo lo ha llamado alguien con amor, señor? A usted lo que le hace falta es la muerte. Ya vivió demasiado, jodiéndonos a nosotros. A su alma le hace falta aire. Libertad. A nosotros también. Gus, hazte a un lado y déjame."
"No. Dame la daga en este mismo momento."
"No, pero ya. Basta de juegos y quítate. Este tipo ya nos hizo sufrir bastante. ¿Qué quiere, que le llore? Usted no llora señor presidente. No le voy a regalar lágrimas que usted no tiene. A usted, lo que le sobra es poder y sangre. Y ahora mismo le quito las dos."
"Creí que esto de intentar matar a los demás ya había pasado de moda." Continuó el médico. Alicia no tenía oportunidad, el plan que había trazado estaba basado en la ayuda de los demás. Gustavo recordó la primera lección del director de psiquiatría: No confiar en los locos. Así que tomó un paso adelante. "La moda te queda, Alicia. Tienes una bella cara, pero así, enojada... No, no. Devuélvete, da pena..." Gustavo seguía avanzando.
Alicia se congeló, no se movía más. Seguía en su posición, no se iba a detener pero se sentía confundida porque Gustavo se acercaba sin importarle nada.
Gustavo se acercó hasta poder tocar a Alicia. Alicia forcejeó muy tarde, le quitaron con violencia el cuchillo. Los de seguridad lo tomaron y guardaron quién sabe donde.
Alicia siguió luchando contra Gustavo, no iba a darse por vencida. Sin embargo, comenzaba a sentir pinchazos en el brazo y corriendo por su costado. Perdía las fuerzas. Su ira, su momento, se congelaba en sus músculos en dolorosos pasmos inmovilizadores.
"Gustavo, tú me lo prometiste." Le murmuró al cuello del médico mientras se abrazaba -aferraba- con sus pocas fuerzas.
"Intentaste matar al presidente. Al importante, del país. Carajo, Alicia. Carajo."
"No me quiero dormir. Quiero que desaparezca, Gustavo. Tú también querías. ¿Te acuerdas? Tú también querías..."
"Me estás matando a mi. Si lo matas a él, me matas a mi; eres una obstinada. No matas, Alicia. No quieres, no lo volverás a hacer. Dime que no lo volverás a hacer porque ya me lo habías prometido muchas veces. Yo siempre te lo creo."
"Ya no lo vuelvo a hacer, perdóname, no me van a llevar a donde mismo otra vez. ¿No lo harán?" Sonó su última frase, como pregunta. Pero no sentía los pies y otras personas la asían y se la llevaban.
"Si. Otra vez..." La miró desaparecer en el pasillo que llevaba a las habitaciones particulares.
"Es usted un pendejo, dejar así... El peligro. Es un pendejo y se van a tomar medidas doctor. Usted no se lo va a ver venir." Le amenazaban los guardias.
"La puta esa decía que también quería al señor presidente muerto. A mi que usted anduvo con sus pinches jueguitos en la mente de sus pacientes y órale, que un montón de pinches locos matan al presidente. Revolucionario joto pendejo."
"¿Qué hacía esa mujer suelta, así, pinche loca matando a quien se le pegue la gana? ¿En qué piensa, imbécil?"
"Era mi mujer. Lo es." Les contestó Gustavo, mirando a la esquina de la pared.
jueves, 19 de mayo de 2011
21
Yo no tengo idea ni me imagino si esto es en todos lados, solo en Guanajuato, o solo en mi pueblito fresero y cucho.
En fin, que hoy me dice Pollo que tiene uno de esos boletitos de camión que suman 21.
Me dijo que lo tenía por que según había escuchado él, daban suerte.
Siendo Pollo, le tuve que rectificar todo:
"No se supone que te den suerte, se supone que lo puedes cobrar por un beso con cualquiera, preferentemente arriba del camión. Le das el boleto, ella o él está obligada a darte un beso."
Su cara se encendió porque, vamos, es Pollo. Le urge.
Esto siempre me ha confundido: ¿No era 27? ¿23? ¿Debe ser sobre el camión o puede ser donde sea? ¿Funciona también con los del metro? ¿Los del metro tienen numeritos? ¿Y si es un boleto de autobus? ¿Si llego a 19, aunque mal cuente, no me gano mínimo un abrazo? ¿Qué te dirá un tipo si llegas y le pides un beso por tu 21? ¿Si te lo piden a ti, darías el beso?
Cuando le repetí esto a Kabán y me fui al mismo tren de pensamiento anterior, solo alcancé a escuchar: "No, eso es un faje."
"Pensé que eso era con el 69." Le contesté.
Después de las miradas sucias - a las que ya me acostumbré - seguí en mis ensoñaciones.
Por alguna extraña razón, espero que esto sea como una regla no escrita en todo México. Incluso en el mundo.
Un lugar muy lindo donde puedas ir por la vida besando a la gente porque una serie de números decidió sumar 21.
Algunas personas inteligentes podrían timar a esos sin cerebro, digo, hoy en día casi nadie sabe hacer cuentas sin calculadoras.
Las personas se molestarían - si acaso llegan a darse cuenta - y presentarían cargos de acoso sexual con la policía.
La policía no es eficiente, pero como no quieren más papeles, deciden hacer escrita esa regla: "Nada de intercambiar besos por papelitos con series de números que cumplan 21 en su adición matemática y/o algebraica."
Quizá la ley cree toda una revolución, qué tonterían, cancelar el amor con desinteresados.
Pero el secretario de salud se divertiría repartiendo papeles con eslogans escritos con números queriendo parecer letras, y diciéndo enfermedades de transmisión bucal... ya saben, por compartir saliva. De la boca. Por si me mal entendían.
Después inventarán (o quien sabe) una epidemia y no podremos tocarnos, nadie con nadie. Olvidarán poco a poquito la ley, a nadie le importará.
Se seguirán besando, porque el amor y la calentura son cosas que nunca van a dejar de existir, se nos acaban los humanos. Se escribirán poemas e historias ocultas sobre los antiguos besos de los 21 y los esconderán en cápsulas del tiempo, ladrillos de colores distintivos, entre libros de las bibliotecas que ya nadie visita y algunos más se los llevará la muerte y el viento. La lengua muerta.
Alguien después, un hippie que crea que el amor debe nacer de nuevo, irá en busca de la verdad de la vida.
Encontrará archivos perdidos y leerá los cuentos y poemas olvidados.
Subirá al transporte público en turno y se sentará a un lado de una mujer. U hombre.
Le contará una historia fantástica de como nosotros solíamos intercambiarnos papelitos cuando existía el verdadero amor a primera vista, y se daban besos con desconocidos del transporte público.
Le sacará una sonrisa (o un golpe) y quizá...
Bueno, tal vez le cumplan su deseo a Pollo.
Y bueno, en otros cuentos, mi número favorito es el 22.
PD. Siguiente post: cuento malito por ocasión de... adivinen, pues. Quizá se publique el 21. Ya saben.... por los besos y eso.
En fin, que hoy me dice Pollo que tiene uno de esos boletitos de camión que suman 21.
Me dijo que lo tenía por que según había escuchado él, daban suerte.
Siendo Pollo, le tuve que rectificar todo:
"No se supone que te den suerte, se supone que lo puedes cobrar por un beso con cualquiera, preferentemente arriba del camión. Le das el boleto, ella o él está obligada a darte un beso."
Su cara se encendió porque, vamos, es Pollo. Le urge.
Esto siempre me ha confundido: ¿No era 27? ¿23? ¿Debe ser sobre el camión o puede ser donde sea? ¿Funciona también con los del metro? ¿Los del metro tienen numeritos? ¿Y si es un boleto de autobus? ¿Si llego a 19, aunque mal cuente, no me gano mínimo un abrazo? ¿Qué te dirá un tipo si llegas y le pides un beso por tu 21? ¿Si te lo piden a ti, darías el beso?
Cuando le repetí esto a Kabán y me fui al mismo tren de pensamiento anterior, solo alcancé a escuchar: "No, eso es un faje."
"Pensé que eso era con el 69." Le contesté.
Después de las miradas sucias - a las que ya me acostumbré - seguí en mis ensoñaciones.
Por alguna extraña razón, espero que esto sea como una regla no escrita en todo México. Incluso en el mundo.
Un lugar muy lindo donde puedas ir por la vida besando a la gente porque una serie de números decidió sumar 21.
Algunas personas inteligentes podrían timar a esos sin cerebro, digo, hoy en día casi nadie sabe hacer cuentas sin calculadoras.
Las personas se molestarían - si acaso llegan a darse cuenta - y presentarían cargos de acoso sexual con la policía.
La policía no es eficiente, pero como no quieren más papeles, deciden hacer escrita esa regla: "Nada de intercambiar besos por papelitos con series de números que cumplan 21 en su adición matemática y/o algebraica."
Quizá la ley cree toda una revolución, qué tonterían, cancelar el amor con desinteresados.
Pero el secretario de salud se divertiría repartiendo papeles con eslogans escritos con números queriendo parecer letras, y diciéndo enfermedades de transmisión bucal... ya saben, por compartir saliva. De la boca. Por si me mal entendían.
Después inventarán (o quien sabe) una epidemia y no podremos tocarnos, nadie con nadie. Olvidarán poco a poquito la ley, a nadie le importará.
Se seguirán besando, porque el amor y la calentura son cosas que nunca van a dejar de existir, se nos acaban los humanos. Se escribirán poemas e historias ocultas sobre los antiguos besos de los 21 y los esconderán en cápsulas del tiempo, ladrillos de colores distintivos, entre libros de las bibliotecas que ya nadie visita y algunos más se los llevará la muerte y el viento. La lengua muerta.
Alguien después, un hippie que crea que el amor debe nacer de nuevo, irá en busca de la verdad de la vida.
Encontrará archivos perdidos y leerá los cuentos y poemas olvidados.
Subirá al transporte público en turno y se sentará a un lado de una mujer. U hombre.
Le contará una historia fantástica de como nosotros solíamos intercambiarnos papelitos cuando existía el verdadero amor a primera vista, y se daban besos con desconocidos del transporte público.
Le sacará una sonrisa (o un golpe) y quizá...
Bueno, tal vez le cumplan su deseo a Pollo.
Y bueno, en otros cuentos, mi número favorito es el 22.
PD. Siguiente post: cuento malito por ocasión de... adivinen, pues. Quizá se publique el 21. Ya saben.... por los besos y eso.
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