No parece, pero febrero casi acaba.
Hoy iba en el auto mirando por la ventanilla, como siempre. Alguien hablaba a mis espaldas, y yo asentí. Me gusta mucho viajar viendo por la ventanilla. Siento como si yo estuviera en una cápsula de cristal que recrea paisajes, como una gran burbuja. A veces pienso que si algún día puedo manipular al presidente de la república, le obligaría a hacer trenes de pasajeros. Viajar en tren es muy lindo. Y es mucho más lindo saltar de vagón a otro.
Pero volvamos al tema. Veía los árboles de afuera. Volví a asentir.
- Que ya está cambiando el clima, ¿me estás escuchando?
"aham" volví a asentir. Vi pasar por el frente un remolino de polvo. Tenía razón, el tiempo cambiaba, todo era más café.
- No me gusta. Cuando está nublado y lluvioso, los árboles se ven más verdes, por que el agua limpia el polvo de sus hojas. Y ahora se comienza a ver café. Polvo. No me gusta el polvo.
Mi dolor de cabeza volvía. Un sabor a café llegaba a mi boca.
- Quiero café. Frío.
- Pero anoche tomaste.
- Pero hoy quiero más.
- Mira como se mueven los árboles.
Los árboles mostraban un violento vaivén, demostrando una lucha siseadora contra el viento. Se movían de un lado a otro.
- Es tiempo de volar papalotes.
- Cierto. Haré uno.
En verdad. Le dije que en la ciudad no lo haría por que era posible que chocara con una barda, o se enredara en los cables. Y yo le había tomado cariño al papalote. Además no había viento suficiente.
Acto siguiente, el papalote estaba a dos metros del suelo. Decidí darle una oportunidad, pues, digo, recordar los viejos tiempos no es un crimen. Además parecía saber lo que hacía.
Error. Luego se rió como niño idiota, y mi papalote blanco se rompió. Era blanco y tenía forma de paloma. Lo había comprado en la playa, y lo había volado mientras comía coco con chili (chile en idioma culichi) y limón. Ah, y mucha sal y arena. No hay nada mejor que las playas desiertas, mucho viento, y el sonido del mar violento y amenazador. No hay nada mejor que un huracán en la vista. No hay nada mejor que lluvia en el mar.
¿De qué color me recomiendan mi papalote? Mis papalotes en la primaria nunca volaron. Recuerdo que esos proyectos siempre se me juntaban con otros y terminaban siendo un concurso de popularidad. Los mejores papalotes eran los chic. Los peores papalotes eran los mios.
Y nunca volaban. Los palitos eran pesados, el papel se rasgaba facilmente.
Por eso los de ahora se hacen con popotes y hule. Contaminantes, pero efectivos. Los que siempre volaban eran los que tenían padres ociosos y arquitectos. Les ayudaban en sus tareas y sabían cuales eran los mejores materiales y las mejores formas aerodinámicas.
Ni siquiera mis avioncitos de papel volaron. Ni siquiera cuando los arrojaba al ventilador encendido.
La maestra de la primaria solo se reía de nosotros.
Recuerdo que uno de mis papalotes tenia las posibilidades de volar. Pero no había viento suficiente. Y cuando lo hubo, el papalote se había mojado pues era papel de china y ahora era una vergüenza y desgracia para su creadora.
No sé por que le llaman febrero loco. No es su culpa que hayan decidido que era él quien duraría poco tiempo, y que cada 4 años le pondrían un día más. Además, el clima ha estado loco desde enero. A mi me gusta. No saber que va a pasar mañana. Me gustan mucho las sorpresas que ni yo ni nadie puede controlar. Si se controlan, no son sorpresas.
Me gusta cuando parece que va a llover. O cuando hace viento y de repente se para, como si hubiera pasado un gran fantasma. Cuando el clima decide ponernos como en pelicula de suspenso. Nomás esperando a ver con qué nos pega.
Mi café estuvo rico. Creo que ayudó a mi dolor de cabeza. ¿Quién diría que la caffeína funcionaba? Debieron advertirme. Debo comprar mucho café. Frío, por que hace calor y el caliente pues no concuerda.
Tengo sueño. A pesar de la cantidad de café que he bebido. Estaba rico. Quiero más café. Por que no tengo ganas de dormir. Quiero estar despierta para ver la luna, para escribir, para vivir.
Por que no puedo soñar.