miércoles, 24 de abril de 2013

De repente me siento en la necesidad de no decirles nada.

martes, 2 de abril de 2013

Save yourself

Acostada sobre el suelo con el ventilador apuntando hacia ella, así la miraba el gato. Hacía un tremendo calor, se habían salido los demonios del infierno. Con el mínimo de ropa: los shorts de colores, la camisetita blanca, descalza; nada funcionaba. El gato también tenía calor, corrió a meterse debajo del sillón. ¿Qué mierdas son estas? pensaba ella. Rodó en el suelo a acomodarse de otra forma, pero nada funcionaba porque hasta el piso estaba caliente. Caliente el aire, caliente ella, caliente el recuerdo. De repente se le antojó un cigarro, pero la cajetilla siempre la llevaba él. Siempre le daba uno cuando regresaba a casa, después de recogerla del suelo para darle una reprimenda ("Las mujercitas no deben sentarse en el suelo, mucho menos acostarse."), lanzarla sobre el sillón, y cogérsela despacito. Estaba harta del lugar, de la ciudad. Vivir en un departamento deprimente, tener que ir al parque para sentarse abajo de un árbol sin hojas, caminar en silencio, esperar el metro para poder llegar a cualquier lado, el calor (el maldito calor del inframundo) y que tu esposo llegue por las noches a abrirte las piernas. A veces estaba ya más harta que nada, el gato tenía cara de que también quería irse a otro lado. Parecía que el mundo estaba ya olvidándose del resto de sí mismo y se retiraba hacia la ciudad, concentrado, un punto de carros, humo, edificios y mucha mucha calor. A veces se sentía como si no hubiese ya nada más. No podía irse ahora, ¿ o sí ? No le podría decir a su marido que por favor la dejara regresar a su pueblo, o que regresaran juntos. ¿Qué le haría él a ella si se atreviera a pedírselo? Se tendría que quedar allí, esperando a su esposo todos los días, a que él la ponga sobre el sillón y la use como a él le gusta. Después la dará un cigarro y él se fumará otros dos. Se comerán la cena recalentada y se irán a dormir; si es sábado quizá vuelvan a tener sexo en la noche hasta la madrugada.

El gato brinca sobre la cama mientras duermen. Deja caer el cinturón que se quitó el hombre antes de meterse a la cama en ropa interior. Ella salta con el sonido de la hebilla al rebotar en el suelo. Él continua durmiendo a su lado. Sólo un poquito de luz naranja artificial entra por la ventana, una noche más.