lunes, 20 de agosto de 2012

Celosía

Era hora otra vez. Estar en el cuarto celestial, de rodillas como comandaban. Deja me acomodo el faldón pero no, además de las miradotas que me hecha la madre me han dicho que no le llame así, que tiene su nombre. 

Y otra vez, le puedo alcanzar a ver el cuello. El pelo. Todo limpio. Todo bello. "Amén", sigo de rodilla. Si pudiera verle más, yo sé que es él. Y cada vez que digo las mismas palabras sin sentido, yo solo pienso en el amor. En que la prima y la última vez que le vi, me enamoré. Es usted hermoso. Sostengo la biblia y la apretujo como si fuera su mano, como si lo pudiese tener a un lado. Y el calor se me sube como si estuviese usted, efectivamente, a mi lado. 

Mi padre lo ha notado. Quizá. Me han enviado aquí, que no es tan malo. Pero ya no puedo estar con usted. ¿Me recuerda, verdad? Soy la que lo amó en el primer instante en que hundí mi mirada en esos ojos. Bellos ojos bellos.

Un golpe tan discreto como doloroso me baja la mirada, perdón, lo olvidé, Dios. Y es que está enfrente, bello como tú, bello como el mundo. Yo le amo, Dios, le amo. "Amén" y cuando levanto la mirada sigue allí. Como si las docenas de ángeles sin dedos, y los varios querubines sin ojos estuvieran nada más rodeando su gloria. Con su brillante cabello. Y su largo cuello.

Y yo acá, cubierta de telas, con mi penitencia a cuestas, con mi dolor y mi amor, mirándote apenas a través de paredes ligeras, casi inexistentes pero que no se van, negras. Como la nada. Que nos separarán por siempre. Que serán hogar de mis ojos que te alaban, por los siglos de los siglos...