Otro sorbo al té, ya está un poco frío. Le observo las ligeras manchas de la grasa de mi labial flotando en la superficie. Las imágenes se convierten a tu boca, o a tus ojos. Se me viene el eco de tu risa a la memoria y me río también. ¿Te acuerdas cuando hablábamos juntos de esas cosas sin sentido? No, no hay vida después del más allá. El alma existe y no existe. No hay tal cosa como Dios. "Dios ha muerto". El amor no es Dios. Amar es la peor cosa que le puede suceder al ser humano. El amor es bello, hay razones para vivir. Los niños son detestables. Volvemos a reirnos juntos, somos unos tontos mientras el aire silba ligeramente por entre las ramas de los pinos delgados. Un silbido citadino prensa mis oídos contra mi cabeza, y extraño el silencio con el que ambos soñábamos algún día tener. Un silencio de aceptación, de comprensión, de seguridad y de soledad. ¿Recuerdas eso? Queríamos ser un par de ermitaños y dar nuestra vida al mayor sentimiento de felicidad utópico e imaginario. Sí, las cosas parecían fáciles contigo alrededor, el aura que repartes de tranquilidad. La puerta se escucha detrás, rechina al abrir, tintinean las llaves. Entras tú -¡cómo quisiera!- y te sonrojas ligeramente, te pasas una mano por el cabello sin darte cuenta, sonríes, repartes tu aura de confusión tranquila, te acercas a mí y me saludas con un beso en la mejilla, un abrazo incompleto...
- Ya llegué
El dueño de mi dedo anular izquierdo. Entra, deja su maletín, me roza en afinidad y anuncio. Pasa hacia la cocina de nuestra casa.
Sigues en mi pensamiento. Ambos. En el hogar y promesa inexistentes. ¿Vendrás a visitarme pronto? Te extraño.
- ¿Por qué tanto silencio?
Pregunta la compañía inútil.
- Cosas. Recuerdos. - Contesto. Habrá que mantener el misterio.